REVISIÓN DE LA DOCTRINA MILITAR DE RUSIA


Los acontecimientos recientes en Europa oriental, esencialmente la guerra civil en Ucrania con la implicación directa de las grandes potencias, y la creciente agresividad del Bloque Occidental con una Alianza Atlántica que ha rescatado en la Cumbre de Newport la amenaza rusa como raison d’être de su existencia y que incluye la presencia militar permanente en las mismas fronteras de Rusia, ha impulsado al Poder Político ruso a realizar una revisión de la Doctrina Militar de 2010. Es evidente que una Rusia fortalecida por una situación económica favorable y los ingresos multimillonarios de los hidrocarburos no está dispuesta a tolerar la injerencia de potencias ajenas en el espacio territorial que forma su área de seguridad, esto es el territorio de la antigua Unión Soviética incluida Asia central.
En la Doctrina Militar de 5 de febrero de 2010 se constata que los peligros militares se han incrementado en varios ámbitos, pese a la disminución de la posibilidad de “una guerra de envergadura con armas convencionales y nucleares”. Entre los peligros susceptibles de convertirse en amenazas ya se contemplaba la “aspiración a atribuirse funciones globales” de la Alianza Atlántica, lo que desde la perspectiva rusa supone una violación de los principios básicos que regulan el orden internacional y, por ende, el equilibrio estratégico. La misma consideración se asigna al establecimiento de bases e instalaciones militares cerca de las fronteras rusas, incluido el despliegue de sistemas antimisiles, que se definen como “esfuerzos para desestabilizar la situación de determinados países y regiones que minen la estabilidad estratégica”. Por ello, la Doctrina Militar refuerza la idea permanente de la necesidad de un espacio de seguridad más allá de sus propias fronteras. Para ello, además del refuerzo de las Fuerzas Armadas, incluidas las Fuerzas de Disuasión Nuclear, se ha incrementando la cooperación militar con los países de la región -Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán- mediante acuerdos bilaterales o en el marco de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva.  
La Doctrina Militar estimaba que solo en el caso de que los gobiernos occidentales respeten este espacio exclusivo se podría avanzar en una mayor cooperación con la Alianza Atlántica en asuntos relacionados con la seguridad global, el desarme o el terrorismo islamista. Sin embargo, esto no solo no ha sido así sino que se ha ido a un enfrentamiento en toda la regla con el conflicto ucraniano como telón de fondo. Sin embargo, cuando se publicó el documento resulto llamativo que no hubiera referencias explícitas a los Estados Unidos, lo que se interpretó como un reconocimiento del potencial de la Administración Obama para alcanzar acuerdos mutuamente beneficiosos en temas estratégicos y en el funcionamiento del régimen de seguridad global, como así ha ocurrido.  
Ante las noticias sobre la revisión del documento, fuentes militares se han apresurado a aclarar que, primero, no se trata de una nueva Doctrina Militar, sino una revisión del documento vigente, y segundo, no se incluirán cláusulas referentes a doctrina de empleo de armas nucleares y, en concreto, a ataques nucleares preventivos, cuestiones que se recogen en un documento anexo reservado a la Doctrina Militar de 2010 denominado “Fundamentos de la Política Estatal en Materia de Disuasión Nuclear hasta 2020”. En concreto, el general Yuri Baluieskii, ex Jefe del Estado Mayor, precisó que la parte referente a las armas nucleares no tiene que ser modificada porque la posición de su país es clara en este punto: Rusia se reserva el derecho a usar armas nucleares cuando sea objeto de un ataque con armas de destrucción masiva, sean usadas contra ella o contra sus aliados, o cuando una agresión con armas convencionales ponga en peligro la existencia misma del Estado. 
Sin embargo, la Doctrina Militar de 2010 enfatizaba la importancia de las fuerzas convencionales y en particular las armas de precisión, los sistemas de comunicaciones, mando y control y los sistemas espaciales. Por ello, todos los expertos consideran que Rusia está dispuesta a crear su propio sistema de ataque global inmediato como respuesta al Programa Prompt Global Strike de los Estados Unidos. De hecho, en diciembre de 2013 el Presidente Putin habló de la necesidad de desarrollar nuevos sistemas de combate para hacer frente al programa americano, tarea que se ha encomendado a las Fuerzas Aeroespaciales de Rusia. Y más reciente, el septiembre de 2014 el Viceministro ruso de Defensa Yuri Borisov declaró que “Rusia puede y se verá obligada a hacerlo, pero vamos a desarrollar sistemas de respuesta a esos nuevos tipos de armamento  porque  nuestra doctrina militar es defensiva, y no pensamos cambiarla”. Paradójicamente, de la mano del conflicto ucraniano estamos a las puertas de una carrera por la militarización del espacio. Es decir, las grandes potencias no cesan en el juego permanente del poder.

ALEMANIA AJUSTA LAS CUENTAS


El gobierno alemán anunció el pasado 9 de septiembre por boca del ministro de Economía Wolfgang Schäuble que, previsiblemente, en 20015 no necesitará recurrir a emisiones de deuda para financiar el presupuesto federal. Este anuncio pone de manifiesto dos cuestiones fundamentales. La primera es el éxito evidente de las políticas de austeridad y contención del gasto público que ha aplicado la Canciller Merkel desde que llegó al poder en 2005 en coalición con el SPD del anterior canciller Gerhard Schroeder. La segunda es la fortaleza de la economía europea y, por ende, de la moneda que le es propia: el euro. Parece, pues, que se han alejado las dudas sobre la vigencia de la moneda única -recordemos las declaraciones del Directorio europeo en el Foro de Davos en enero de 2011: "Jamás dejaremos caer el euro, jamás" (véase la entrada EL DIRECTORIO EUROPEO SE IMPONE, en http://ullderechointernacional.blogspot.com.es/2011/01/el-directorio-europeo-se-impone.html)- y se avanza ya de forma definitiva a la unión fiscal, bancaria y a la creación de un mercado de deuda europeo, lo que ha sido una demanda de las potencias emergentes desde el estallido de la crisis financiera global en 2008. ¿Cómo lo ha conseguido el gobierno alemán? En primer lugar, con una tasa de empleo histórica para un país con ochenta y un millones de habitantes -en 2012 el desempleo ascendió al 7,1% de la población activa-, y un crecimiento económico estable potenciado por las exportaciones que superaron también en 2012 el billón y medio de dólares. Segundo, en medio de la supuesta crisis de deuda soberana que azotaba a los Estados europeos, las emisiones alemanas se convirtieron en el activo refugio, de modo que en los últimos años el Tesoro Alemán conseguía tasas de rentabilidad negativa. El resultado ha sido un récord en los ingresos fiscales y la contención del gasto público que posibilitará que no haya que emitir deuda pública el próximo año, lo que no ocurría desde 1969. Esto nos plantea dos reflexiones: ¿se han dado cuenta el resto de dirigentes europeos y, en concreto los de la Europa periférica, de cuál es el camino para salir de la crisis económica y financiera? Y, ¿cuándo se decidirá el Poder Político alemán a ejercer como poder hegemónico regional? Porque no se puede permitir que en una situación de enfrentamiento con una de las dos grandes potencias nucleares del mundo, como es Rusia en el conflicto ucraniano, quienes tomen decisiones importantes sean los burócratas de Bruselas coaligados con los dirigentes políticos de los Estados pequeños de la Unión Europea. Una de las máximas del realismo político es que lo bueno de tener poder es llegar a ejercerlo.  

ENFRENTAMIENTO ENTRE OCCIDENTE Y RUSIA POR UCRANIA

En el número de julio/agosto de la revista Política Exterior se publica un artículo de Marck Fischer titulado “El desafío de Occidente en Ucrania y más allá”, en el que se afirma abiertamente la responsabilidad de Rusia en el deterioro del conflicto ucraniano y que el Bloque occidental –el autor no usa este término de forma expresa, pero realmente se está refiriendo a esta nueva entidad geopolítica- debe actuar por medio de su organización militar: la Alianza Atlántica. El texto de Fischer, que es Subdirector del German Marshall Fund en Europa, pone sobre la mesa una cuestión fundamental: ¿cómo una organización militar que estaba prácticamente agotada en el escenario estratégico de la sociedad internacional globalizada, adquiere una vigencia inusitada? Esta idea ha calado fuertemente en determinados dirigentes políticos europeos, los denominados “atlantistas”, que aspiran a recuperar la sensación de seguridad que la Alianza Atlántica otorgaba a los débiles Estados europeos de la posguerra mundial tutelados por los Estados Unidos, y todos ellos encabezados por Anders Rasmussen, Secretario General de la Organización, como veremos más adelante.

Es evidente que el sistema de seguridad europeo pasa por un momento complicado, porque ante la ampliación de las organizaciones europeas a sus mismas fronteras occidentales Rusia trata de recuperar como sea el cinturón de seguridad que estableció después de la Segunda Guerra Mundial. Porque una cosa es que los países de Europa Central y Oriental recuperen su soberanía plena y otra muy distinta es que las organizaciones de seguridad europeas se extiendan hasta las fronteras de Rusia. Como establece la vigente Doctrina Militar rusa de 2010 esto representa una amenaza manifiesta contra la seguridad nacional. Marck Fischer, y toda una pléyade de politólogos occidentales, acusan a Rusia de violar el statu quo de la posguerra fría al incorporar sin más dilación la península Crimea a la Federación el pasado mes de marzo. En el mundo académico se imponen las tesis que sostienen que estamos ante una “Rusia revisionista” que violenta el proyecto de una “Europa unida, libre y en paz”. Pero precisamente esa Europa plena se pudo alcanzar gracias al gran acuerdo con la Unión Soviética de Gorbachov que permitió la reunificación de Alemania y la liberación de los países de Europea Central y Oriental del imperio soviético. En ese acuerdo fundacional para una Europa Unida se encontraba el compromiso occidental de no extender las organizaciones militares europeas hasta las fronteras de Rusia, lo que se institucionalizó en el Acta Fundacional de las Relaciones OTAN-Rusia de 1997 con una declaración adicional de que este acuerdo estratégico “no puede en modo alguno menoscabar la eficacia política y militar de la Alianza, incluida su capacidad para cumplir su compromiso de seguridad con los miembros actuales y futuros”. Por eso, de forma interesada Fischer se pregunta: “¿dónde ha estado el error?”. Pues el error ha estado precisamente en no respetar ese acuerdo funcional, en extender la Alianza Atlántica hasta las mismas fronteras de Rusia, en proceder sin ningún pudor político a la desmembración de Serbia creando el Estado ficticio de Kosovo sin que respondiera a intereses nacionales de ninguno de los Estados europeos, en tratar de desestabilizar el equilibrio estratégico entre las grandes potencias nucleares con el anuncio de desplegar el sistema de defensa antimisiles a Polonia o Hungría, con la injerencia en la región del Cáucaso espoleando al gobierno georgiano para que actuara militarmente en las regiones separadas en 1991 de Abjasia y Osetia del Sur, que son protectorados militares de Rusia y, finalmente, alcanzando un acuerdo de asociación de la UE con Ucrania sin la anuencia previa de Rusia. Y esta cuestión es fundamental, porque no olvidemos que la UE de 2013 cuando se inició la crisis ucraniana que ha desembocado en la guerra civil actual, no es la de 2009, pues desde el 1 de diciembre de ese año comenzó a funcionar en el sistema comunitario la cláusula de defensa colectiva del artículo 42.7 del Tratado de la UE. En consecuencia, las elites dirigentes rusas perciben como una amenaza directa a la seguridad nacional la incorporación a la UE de países que hasta hace poco formaban parte del imperio ruso y soviético. A pesar de la propaganda aplastante a la que están sometidos los ciudadanos europeos, resulta evidente que el bloque occidental violentó el acuerdo uti possidetis europeo adoptado en el momento de la reunificación alemana. Pero es que ahora han dado un paso más, y han espoleado a los dirigentes golpistas de Kiev para que hagan una “guerra hasta el final” contra los rebeldes prorrusos apoyados a su vez por Moscú. El corolario es que la injerencia directa o indirecta de Rusia justifica la intervención de la Alianza Atlántica como supuesto garante de la paz y la seguridad en el continente.

El gobierno ruso lleva advirtiendo desde hace tiempo sobre el deterioro del sistema de seguridad europeo. Recordemos la intervención del Presidente Putin en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007. Pero también ha demostrado que no está dispuesto a tolerar la injerencia occidental directa en su extranjero cercano como puso de manifiesto en el sometimiento de Georgia en la Guerra de los Cinco Días en agosto de 2008. Fischer habla de tibieza en la respuesta política occidental en ese momento, pero ¿y que tenía que haber hecho el Bloque occidental? El realismo político establece que la política exterior se rige por los intereses nacionales, y Europa no estaba dispuesta a un enfrentamiento directo con Rusia por Georgia. Nada más lejos de la realidad. Pero, ahora parece que los burócratas de Bruselas y los débiles dirigentes políticos europeos que gobiernan el sistema comunitario son partidarios del enfrentamiento con Rusia. El problema radica en que ignoran que Rusia continúa siendo una gran potencia económica y militar. A pesar de las sanciones occidentales impuestas a partir de julio de 2014 que han supuesto la fuga de unos 60.000 millones de dólares, la caída de un veinte por ciento de la bolsa de Moscú y la depreciación de un ocho por ciento del rublo frente al dólar, la economía rusa sigue creciendo por encima de la media europea, el déficit fiscal es escasamente de un 1,3 por ciento, la deuda pública representa un trece por ciento del PIB y las reservas de divisas ascienden a 486.000 millones de dólares. Como reconoce Fischer “las sanciones y las represalias son un juego en el que nadie sale ganando y el cálculo de su eficacia incluye factores políticos y económicos”. 

Si Rusia no puede ser considerada un socio “estratégico”, “ni de hecho un socio mínimamente fiable”, como escribe Fischer, entonces: ¿estamos abocados a una nueva guerra fría? O, como hemos dicho alguna vez, ¿es que la Guerra Fría nunca se fue? Es aquí donde hay que traer las declaraciones del Secretario general de la Alianza antes y después de la reunión del Consejo Atlántico de Newport los días 4-5 de septiembre de 2014. El día 27 de agosto el “belicista” Rasmussen manifestó: “creo que Rusia sabe que atacar a un Estado miembro sería cruzar la línea roja. Ese es el mayor valor de la Alianza. (…) Con esto no quiero decir que haya una amenaza inminente, sino que nuestro deber es actualizarnos continuamente y adaptarnos al nuevo entorno para seguir siendo creíbles y efectivos. Cuanto más fuerte sea nuestra determinación, menor será el riesgo de amenaza militar sobre cualquier aliado”. Para ello, anunciaba que la Alianza desplegará en un futuro próximo unidades militares de intervención rápida en los países limítrofes, pero esto ya lo habían hecho hace más de una década. De lo que se trataba es de seguir provocando a Rusia. Por eso enfatizaba que era el gobierno ruso “con sus actos” quien había pasado a tratar a la Alianza –aquí léase “Bloque occidental”- no como un socio sino como un adversario. Rasmussen le estaba diciendo a Kiev que, de alguna manera se integre en la Alianza Atlántica, es decir, con la protección de los Estados Unidos contra Rusia porque si solo forma parte de la UE tendrá la defensa automática de los Estados miembros, pero no la de los Estados Unidos. Bien es verdad que el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, Chuck Hagel, puso algo de cordura en este debate cuando el día 4 de septiembre descartó la posibilidad de llevar a cabo “acciones militares, una guerra contra Rusia” por el conflicto ucraniano.

Sin embargo, en la Cumbre de Newport se han impuesto las tesis de los atlantistas que quieren devolver a la Alianza a su misión fundacional: garantizar la seguridad euroatlántica frente a la amenaza rusa. En concreto a Rusia se la acusa de “haber propagado el conflicto en Ucrania”. Para responder al clamor de los aliados de Europa Oriental frente a la acometividad rusa se ha aprobado un Plan de Acción para la Preparación que contempla el incremento de la presencia militar en Polonia y los países bálticos con ejercicios militares, el preposionamiento de material, el despliegue de sistemas de mando y control en bases militares de estos países y el reforzamiento de la Defensa Aérea del Báltico de la que se encargan desde 2004 de forma rotatoria las fuerzas aéreas de los Estados miembros de la Alianza. Y no contentos con ello, además, han decidido aprobar un fondo de quince millones de dólares para la reforma de las Fuerzas Armadas ucranianas, es decir, suministrar equipamiento militar a una de las partes en la guerra civil ucraniana -así lo reconocía expresamente el 8 de septiembre el Presidente Poroshenko y, aunque lo desmentían posteriormente los ministros de defensa de varios Estados miembros aludidos, el gobierno ucraniano insiste en que está recibiendo asistencia militar de la Alianza-. Precisamente de lo que se acusa a Rusia.  

Pero desde Washington las relaciones con Rusia se ven con otra perspectiva, más a escala global y a más largo plazo, por eso la solución al conflicto ucraniano pasa por un acuerdo con Moscú basado en el plan de paz de siete puntos propuesto por el Presidente Putin el 4 de septiembre que incluye negociaciones sobre el estatuto de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. Como dijo el Presidente ruso el 31 de agosto: “es urgente comenzar negociaciones sustanciales, pero no sobre temas técnicos, sino sobre cuestiones de la organización política de la sociedad y el modelo de Estado en el sureste de Ucrania”.

Llegados a este punto podemos considerar las opciones para resolver el conflicto ucraniano:

Primera, la normalización rápida de las relaciones con Rusia, lo que incluye el reconocimiento de la incorporación de Crimea a la Federación rusa, la existencia de una Ucrania sometida a la égida rusa y el reconocimiento de una zona exclusivamente rusa en el espacio postsoviético. 

Segunda, la integración plena de Ucrania en las organizaciones occidentales, lo que implica el deterioro permanente de las relaciones con Rusia y un esfuerzo económico de grandes proporciones debido a la desastrosa situación financiera en la que se encuentra sumido el gobierno de Kiev.

Tercera, la partición de Ucrania. Las provincias orientales de mayoría rusa se incorporarían a Rusia como nuevos sujetos de la Federación y la parte occidental del país quedaría formalmente independiente pero dentro de la UE y la Alianza Atlántica.

Como dice correctamente Fischer al final del texto: “en el centro del enfrentamiento entre Occidente y Rusia hay una cuestión de percepción de la voluntad política”. Y la voluntad política de una y otra parte es clara. Como titulábamos en una de las entradas del blog del mes de marzo de este año: “Crimea es rusa”.  ¿Acaso alguno de los dirigentes europeos está dispuesto a respaldar con fuerzas militares una declaración del tipo “Ucrania es europea”? Mientras tanto el Subsecretario del Consejo de Seguridad de Rusia, Mijail Popov, declaró el 2 de septiembre de 2014 que se revisará la Doctrina Militar de 2010 antes de final de año debido a las nuevas amenazas que han surgido a la seguridad nacional: “no cabe duda de que la aproximación de la infraestructura militar de los países miembros de la Alianza Atlántica a las fronteras rusas, en particular mediante la ampliación del bloque (sic), se mantendrá como uno de los riesgos militares exteriores para la Federación de Rusia”. Aunque expertos militares se han adelantado a aclarar que “no incluirá aspectos sobre ataques nucleares preventivos y los probables enemigos”… Pero, ¿qué esperaban, señores de Bruselas? La cuestión no es la amenaza nuclear localizada, que es lógica sobre todo hacia los países bálticos, sino que se crean superiores a los toscos dirigentes rusos y de nuevo calculen mal dejándose arrastrar por la irracionalidad del torpe. Pero finalmente nadie irá a la guerra por Ucrania, eso lo saben todos, la UE, los Estados Unidos, Rusia y hasta la misma Ucrania.
Referencia bibliográfica completa: Fischer, M.: “El desafío de Occidente en Ucrania y más allá”, Política Exterior (Madrid) núm. 160, julio/agosto de 2014, pp. 72-84.

Para ti, porque hay cosas se escapan a las palabras...