EL LENGUAJE DE GUERRA FRÍA DE STOLTENBERG

Desde que Javier Solana dejó la Secretaría general de la Alianza Atlántica se fue instalando progresivamente un nuevo lenguaje de confrontación con Rusia en las instituciones atlánticas. Y aunque parecía que no se podía superar el discurso vacuo y propio de etapas anteriores del sistema europeo de seguridad del anterior Secretario Anders Rasmussen, los conflictos de Ucrania y de Siria –vamos a dejar de lado por ahora la responsabilidad del Bloque occidental en el estallido de ambos- han dado argumentos al nuevo Secretario general Jens Stoltenberg (lo es desde el 1 de octubre de 2014) para continuar con el “lenguaje de Guerra Fría”, sin duda más esperable en los funcionarios de Washington que en los burócratas de Bruselas. Pero es lo que pasa cuando se pone al frente de instituciones internacionales que tienen que gestionar la paz y la seguridad a políticos de países menores que no se juegan nada o casi nada en los asuntos internacionales, lo que vemos continuamente tanto en el caso de los funcionarios de la Alianza como en los burócratas de la Unión Europa. Tras la reunión de los Ministros de Defensa de la Alianza Atlántica del 8 de octubre en la que se examinaron la retirada de Afganistán, la guerra en Siria, el refuerzo militar en el flanco sur y oriental de la Alianza y las relaciones con Georgia –¡todos asuntos de extrema importancia para la seguridad europea!- el Secretario general Stoltenberg lanzó una “dura” advertencia a Rusia por haber violado el espacio aéreo turco en varias ocasiones desde que inició la campaña aérea contra los rebeldes y yihadistas en Siria, y anunciaba: “la OTAN ha elevado su capacidad y está preparada para defender a cualquier socio, incluida Turquía”. Sin embargo, su preocupación se acerca más a los intereses de determinados sectores de la política exterior de Washington que a los del gobierno turco, que es quien ha gestionado directamente con Moscú los incidentes aéreos de esta semana. Dice Stoltenberg: “mi preocupación es que los rusos no se dirigen principalmente contra el Estado Islámico, sino contra otros grupos de la oposición. Además, están apoyando al régimen sirio y no contribuye a restablecer la paz”. La Alianza Atlántica ha decidido que el gobierno de Al-Asad es no democrático y que, por tanto, debe ser derrocado. Lo que habría que hacer es recordarle al señor Stoltenberg que entre sus obligaciones como Secretario general de la Alianza está la de mantenerse atento a las declaraciones de los principales dirigentes internacionales y, por supuesto, a lo que dicen el Presidente Putin y el Ministro de Relaciones Exteriores ruso Sergei Lavrov durante la celebración de las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas durante la última semana de septiembre, quienes dejaron perfectamente claro cuál es la política de Rusia en la guerra civil siria. Lo que se dilucida es que, para sorpresa de los políticos atlantistas, Rusia es un nuevo actor en Oriente Medio, actor decidido pero cauto, y que sigue estrictamente la línea de sus intereses nacionales: le interesa, claro está, un acceso al Mediterráneo y una o más bases aéreas en territorio sirio. Por ello, en contra de lo que piensa Stoltenberg, y también el Secretario de Defensa Ashton Carter o el gobierno francés, Siria no “necesita una transición política”, sino que lo que precisa es la erradicación de la amenaza terrorista, tanto del Estado Islámico, como de los grupos adheridos a Al-Qaeda como Al-Nusra y los grupos rebeldes que han llevado al país a una guerra civil que dura ya cuatro años y que ha causado más de trescientos mil muertos y dos millones de desplazados, precisamente los que están llegando a Europa vía Turquía –véase nuestra entrada del mes de septiembre LA CRISIS DE LOS REFUGIADOS EN EUROPA-. Pero, la intervención militar directa de Rusia en Siria es una nueva excusa –como lo fueron primero Georgia y más tarde Ucrania- para continuar acercando la Alianza a las fronteras de Rusia. Así, en septiembre se abrieron cuarteles de entrenamiento aliado en Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania y Bulgaria, y en octubre se hará lo mismo en Hungría y Eslovaquia, según ha declarado el portavoz de la Alianza como “efecto disuasorio” frente a la amenaza rusa. Es decir, se sigue violando de forma consciente los Acuerdos entre Gorbachov y Kohl que permitieron la reunificación de Alemania en la década de los noventa. La perseverancia en el error es una constante histórica. 

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